Es de noche en una carretera de Haití. El coche de la ONU se desplaza ágil por caminos de tierra blanca y paisajes oníricos. Vuelvo con el equipo tras un día agridulce de mi tercer viaje a esta tierra herida.
Miro por la ventana las estrellas y las montañas, y con ellas van pasando las canciones que escucho en mi ipod. Esas voces se van entretejiendo con los minutos de estos días, y al final, al caer la noche, estas estrellas vigilan el dolor que he visto y me recuerdan serenas que aunque no se lo encuentro, todo esto tiene que tener algún sentido.
Puerto Príncipe ya es poco más que un amasijo de hierros doblados, montones de piedra rota y verduras en el barro. En estos meses comienzan apenas a asomarse las sombras de humanidad de entre los escombros y la nube de polvo que se aferraba al aire aligera la tensión de sus garras etéreas.
Como es que podemos vivir siempre tan entumidos, tan lejos de la realidad? Hay tanta vida ahí afuera...
Casi toda la tierra que cubre este mundo, es tierra que sufre. Son tan pocos los santuarios donde se esta a salvo...
Y sin embargo, lo más hermoso que he presenciado no es el jardín... es descubrir una sola flor que emerge de entre las ruinas, pero para eso, hay que ir a las ruinas...
miércoles, 4 de agosto de 2010
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