sábado, 22 de mayo de 2010

El secuestro de Fernández de Cevallos

Ahora mismo me encuentro sentada en el AVE. Viajo de Barcelona a Madrid, después de un evento de trabajo al que vine desde México. Abro las páginas de EL MUNDO y de pronto me encuentro con la fotografía de Diego Fernández de Cevallos difundida en la red por sus captores. Sentí de pronto cómo se me encogía el corazón y me desbordó la impresión al darme cuenta de lo que esa fotografía representa para mi país.

Yo crecí en un México lleno de flores silvestres, de niños jugando por las calles, de días de sol y paz. Un México que enamoraba a los más grandes artistas e intelectuales del mundo y que se quedaba sellado en el recuerdo de los viajeros con sus colores, sus sabores, su música, su historia y sobre todo, su gente. Algo que dista mucho de lo que parece ser, pero que lucha por mantenerse vivo a pesar del cáncer que sufre hoy.

Recuerdo que cuando era una niña mi madre hizo algo que nunca había hecho y que nunca volvería hacer, pero que a mí me cambió la vida, sembrando en mí la semilla del compromiso social. Nos pidió a mi hermana y a mí que nos alistaramos para salir y nos llevó en coche a un punto de la Avenida Revolución. Ahí aparcamos y nos acercamos andando hasta donde se encontraba una masa de gente que sostenía enormes pancartas con distintas frases en blanco y azul y que cantaba canciones de manifestación.
Era 1994, yo tenía 17 años. Intentábamos abrirnos paso entre el tumulto hasta encontrar la orilla de la acera. La gente aplaudía y gritaba con euforia "Se ve, se siente: Diego está presente!!!". Y ahí fué donde ví por primera vez a Diego Fernández de Cevallos. Pasó delante de mi en su coche, saludando muy sonriente al gentío reunido ahí para apoyarle y animarle a vencer al partido en el poder en las próximas elecciones.

Comprendí entonces y ahora aún más, que Cevallos simboliza la esperanza de un México mejor, un México democrático donde el gobierno lo elige el pueblo, no el mismo gobierno, donde se lucha por los derechos de la gente en un ambiente de respeto y transparencia y donde la unión de su gente es capaz transformar de verdad la realidad de todo un país. Ese día sentí por primera vez el orgullo de ser mexicana. Nació en mí el ideal de un mundo mejor y la responsabilidad de luchar por ello.

México tiene absolutamente todo para ser un país ejemplar. Y yo estoy convencida de que aunque este cáncer que se ha creado con la delincuencia organizada, el narcotráfico y la corrupción nos este sumiendo en la desesperación, México tiene la fuerza para salir adelante. Sólo hay que no darse por vencidos y recordar que para acabar con el cáncer hay que sufrir los efectos tan dolorosos de los tratamientos. Pero al final, con fortaleza en el alma y fe en la mirada se puede conseguir la vida.

Este es el mensaje que tenemos que enviar a los secuestradores de Cevallos: que aunque falte él y hagan lo que hagan, nunca faltará lo que él sembró en nosotros hace años y que desde entonces ha cultivado: el amor incondicional a un México unido que se deja la vida por proteger y defender lo que verdaderamente somos... GENTE BUENA.

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